miércoles, 11 de junio de 2008

Ayudar o no ayudar a Birmania

Birmania, ha vivido el pasado 2 de mayo la peor catástrofe natural de su historia. El ciclón Nargis dejó a su paso una estela de dolor humano y devastación en un país amordazado por más de cuarenta años de dictadura militar. La situación es dramática para los miles y miles de damnificados.


Las noticias que llegan son alarmantes, a pesar de los esfuerzos de los órganos oficiales como ‘The New Light of Myanmar' que se empeña en informar que se han vendido imágenes a las agencias extranjeras de ‘historias inventadas' con el único objetivo de desacreditar al país. Mientras Birmania está sumido en un autismo virtual, la comunidad internacional, el ciudadano de a pie, las organizaciones de ayuda se preguntan entretanto ¿hay que ser solidario ante este drama?
La pregunta es lógica, no en vano se teme que la ayuda no llegue a los necesitados sino que pase a engrosar las arcas militares.

Delta Irrawaddy
Las imágenes "despreciables e inhumanas", a las que hace referencia la Junta militar, muestran la devastación en el delta Irrawaddy.
Po Shan Gyi es un caserío diminuto que apenas amerita una referencia en el mapa de Myanmar. El pueblo más cercano es Pyapon, a unos 90 minutos de viaje en lancha. La aldea se asienta a orillas de un estrecho canal del río Pyapon y, al igual que las 1.500 aldeas que cuenta el distrito, sus habitantes vivían de sus arrozales y de la pesca fluvial que realizaban con sus pequeños botes.
Al menos ésa era la vida que llevaban hasta el pasado 2 de mayo. Ese día el ciclón Nargis destrozó, literal y figurativamente, todo lo que hasta entonces conocían.

Sin futuro
Cabe decir que Po Shan Gyi no fue una de las aldeas más castigadas del Delta Irrawaddy, donde se calcula que más de 130 mil personas murieron, millones perdieron sus hogares, sus pertenencias, sus tierras, sus pozos de agua potable, el ganado que usaban para arar la tierra, sus reservas de arroz, sus herramientas, resumiendo: su futuro.

Hay pueblos donde sólo se ve un puñado de personas de los centenares que residían allí. Hay familias en las que sólo han sobrevivido una o dos personas que lloran amargamente la pérdida de sus seres queridos y que desearían que la muerte también se apiadara de ellos. Y aun ese contexto de dolor, Po Shan Gyi todavía no se llevó la peor parte.

De los 800 habitantes, murieron 54, más de la mitad de esa cifra, son niños. De las 120 viviendas sólo cuatro quedan en pie. A más de un mes de la tragedia natural, ha comenzado la reconstrucción. Los aldeanos trabajan en grupos, cortando cañas de bambú, tejiendo techos de paja y levantando paredes y tejados; una vez reparada o reconstruida una casa pasan a la siguiente.

Solidaridad
Y esa mentalidad colectiva también se traslada a la forma en que comparten los escasos víveres. Algunos campesinos que tenían todavía un poco de arroz, lo limpiaron, lo vendieron y con lo que recaudaron compraron un arroz más económico para compartir entre todos los aldeanos.

Si bien mucho se ha dicho o escrito en los medios informativos internacionales acerca de la renuencia estatal a aceptar ayuda humanitaria, en realidad esa afirmación no se ajusta totalmente a la verdad. Se permitió la entrada de ayuda, los que han tenido y tienen problemas para conseguir un visado son los cooperantes. El gobierno militar xenófobo no oculta sus recelos. El régimen no puede permitir que la población piense que la comunidad internacional se preocupa más por los birmanos que el propio gobierno. Por eso la junta quiere tener bajo su control la distribución de la ayuda.

Muy poco después de ocurrido el desastre natural, fue la población local y los monjes los que más rápido se movilizaron con vehículos particulares y botes repletos de provisiones y voluntarios. Organizaciones de ayuda internacional que hace tiempo están en Myanmar fueron también las que mejor supieron cómo operar dentro de ese sistema tan cerrado. Las organismos de asistencia trasladaron raudamente a su personal local a la región afectada.

Ayudar o no ayudar
La Misión de Médicos Sin Fronteras, una organización que hace mucho tiempo está presente en Myanmar, reagrupó a sus 200 empleados que estaban repartidos por todos el país y los envió al Delta donde alquilaron camiones y botes con los que distribuyeron víveres, tiendas de campaña y medicinas. Si bien, cabe aclarar, sólo pudieron acceder a una cuarta parte de los habitantes.
En Po Shan Gyi, las autoridades distribuyeron arroz. Cada familia, conformada por unos cinco a diez integrantes, recibió once latas de arroz dos semanas después del ciclón. Ahora bien, hay que hacer la salvedad que una lata de arroz tiene el tamaño de uno de esos pequeños envases que se utilizan para la leche condensada. Quince días después volvieron a recibir una ración similar, todo esto en una región donde la mayoría de la población ya vivía al borde de la malnutrición con lo cual, como es de imaginar, su situación se agravó.

En la comunidad internacional existe el temor generalizado de que las donaciones vayan a parar a los bolsillos de los miembros de la Junta. ¿Es un miedo fundado o se ajusta a una realidad, Frank Smithuis, jefe de la Misión de Médicos sin Fronteras, nos da la respuesta: "Por supuesto que existe una seria preocupación de que en un país como Myanmar la ayuda sea desviada hacia lugares donde no queremos que vaya, quizás hacia el gobierno. Pero, por ahora no vimos que pasara eso, al menos a gran escala. De las 65 mil sacas de arroz, perdimos 60 y más tarde nos contaron que fueron distribuidas pero que se olvidaron de anotarlas. En líneas generales estamos muy seguros de poder entregar el arroz directamente a nuestro personal local."

Tanto las organizaciones locales como las internacionales han organizado puestos de atención médica. Sin embargo, el gobierno considera que la crisis ha pasado y que es preferible que las familias abandonen los campamentos y monasterios, donde buscaron refugios, y se asienten de forma más estable y no dependan de las donaciones. Los gobernantes pretenden que la población vuelva a sus hogares.

Sin embargo, la mayoría no tiene adónde ir. Los damnificados necesitan su ración diaria de agua y alimentos, necesitan reconstruir sus casas, precisan herramientas agrícolas para empezar nuevamente de cero, y sobre todo no debe subestimarse el trauma psicológico que han vivido, por lo que requieren ayuda psico-social: estamos hablando de personas que han perdido su pasado y se teme que el ciclón haya arrasado también con su futuro.

Ante esta situación, frente a la postura implacable del gobierno de dar por terminada la ayuda internacional, de seguir cerrando las fronteras al mundo exterior y ante el temor de que las donaciones vayan a parar a los bolsillos de los miembros de la Junta, cabe preguntarse ¿hay que seguir ayudando?
En este aspecto, Frank Smithuis, expresa al mundo exterior el sentimiento de los habitantes de Birmania y el de las organizaciones de asistencia humanitaria que desde hace tiempo ayudan en el país.

"Es una cuestión política que los donantes no quieran ayudar a Myanmar. Pero, ahora la gente lo necesita realmente y por muchos años. Por ello, yo diría que es preferible dejar de lado la política por un tiempo, porque ahora lo que corresponde es ser generosos con los damnificados birmanos."