No fue un parto fácil, pero los máximos dirigentes mundiales mostraron capacidad de liderazgo y consiguieron ponerse de acuerdo en la incipiente ONU para aprobar la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El 10 de diciembre de 1948 nació un texto destinado a cambiar la conciencia del ser humano. Como corresponde a una hija de la guerra, vino al mundo bajo los peores auspicios. Europa estaba aniquilada y extensas zonas del mundo aún vivían bajo el yugo de la colonización. Estados Unidos había lanzado la primera bomba nuclear. El mundo se dirigía hacia la guerra fría.
Pero ocurrió. Por primera vez en la historia, un grupo de dirigentes actuó movido por el convencimiento de que sólo un sistema multilateral de valores universales, basado en la igualdad, la justicia y el Estado de derecho, podría hacer frente a los retos de futuro. Resistieron las presiones políticas, y reconocieron que la universalidad de los derechos humanos -todos los seres humanos nacen libres e iguales- y su indivisibilidad -todos los derechos se deben satisfacer con idéntico compromiso- son la base de nuestra seguridad colectiva y de nuestra humanidad común.
Sesenta años después, y a pesar de los avances, la injusticia, la desigualdad y la impunidad siguen siendo los rasgos distintivos de nuestro mundo, y los Gobiernos arrastran un triste legado de traición a estos principios. Muchos de ellos han mostrado más habilidad en ejercer el abuso de poder que en respetar los derechos de las personas a quienes gobiernan. Tras seis decenios de promesas incumplidas, los derechos humanos están en riesgo.
Es cierto que se han creado multitud de normas, sistemas e instituciones de derechos humanos, y que se ha avanzado gracias a ellos. El número de países que brindan protección constitucional y jurídica a los derechos humanos es mayor que nunca. La pena de muerte se dirige hacia la abolición total, el mercado internacional de armas va camino de ser regulado, y desde la detención de Augusto Pinochet por acción de un juez español, el mundo es un lugar cada día más pequeño para los perpetradores de crímenes atroces contra las personas. Y sin embargo, ante las numerosas y acuciantes crisis que salpican el planeta, no existe una visión común entre los líderes mundiales para hacer frente a los retos contemporáneos en materia de derechos humanos.
Mientras los mercados financieros mundiales se tambalean, los intereses de los pobres e indefensos corren el riesgo de caer en el olvido. La pobreza es la más grave y extendida crisis de derechos humanos que vivimos, pero no hay voluntad política para hacerla frente. Al menos dos mil millones de conciudadanos siguen viviendo en la pobreza, luchando para conseguir agua, alimentos y vivienda. El cambio climático nos afecta a todos, pero los más pobres serán los más perjudicados, ya que perderán sus medios de vida. En julio de 2007 se alcanzó el ecuador del calendario fijado por la ONU para lograr los Objetivos de Desarrollo del Milenio en 2015. Es muy improbable que esos objetivos se cumplan. Otra promesa traicionada.
Los conflictos muy arraigados -visibles en Irak, Afganistán y Oriente Medio, u olvidados en lugares como la República Democrática del Congo y Somalia, por citar sólo dos- continúan cobrándose un gran número de víctimas. Mientras tanto, los dirigentes mundiales avanzan con dificultad en sus esfuerzos por decidir el camino a seguir. El pasado mes de noviembre, sólo un día antes de que Barack Obama ganara la presidencia de Estados Unidos, un nuevo error de las tropas estadounidenses se cobraba la vida de 40 civiles inocentes en la provincia afgana de Kandahar. Otro ejemplo es el conflicto en Israel y los territorios palestinos ocupados, una crisis de derechos humanos de largo recorrido marcada por la ausencia de un liderazgo internacional efectivo.
Hoy es más necesario que nunca reconstruir la unidad de propósito. Los derechos humanos internacionalmente reconocidos siguen proporcionando el mejor marco para afrontar estas situaciones: representan un consenso global sobre los límites aceptables y los defectos inaceptables de las políticas y las prácticas de los Gobiernos. Y la Declaración Universal es un plan de acción tan acertado para un liderazgo clarividente como lo fue en 1948. La diferencia es que ahora existe un movimiento global de ciudadanos que pide a sus dirigentes que adquieran de nuevo el compromiso de respetar y promover los derechos humanos. Amnistía Internacional nació en 1961 en solidaridad con las personas que no tienen voz. Hoy somos un movimiento presente en 150 países. Sabemos que el poder de la gente para infundir esperanza y generar cambios está más vivo que nunca. Al parecer, los líderes mundiales han decidido no escuchar. Nuestra tarea es que lo hagan.
Irene Khan es secretaria de la organización para la defensa de los derechos humanos de Amnistía Internacional.