lunes, 14 de abril de 2008

La ciudad-locura de un dictador,DAVID JIMENEZ desde Naypyidaw (Birmania)

Sabes que has llegado a Naypyidaw cuando la carretera bacheada y a medio asfaltar por la que conducías se convierte sin previo aviso en una imponente autopista de ocho carriles. No hay rastro de los coches para los que supuestamente fue construida y la calzada la ocupan en su lugar barrenderas que se esmeran en la fútil tarea de sacar el polvo a cada centímetro de pavimento. Una recta interminable flanqueada por pancartas con mensajes totalitarios lleva hasta una ciudad búnker construida a prueba de bombardeos aéreos y protegida simbólicamente por tres gigantescas estatuas de los antiguos reyes birmanos Anawrahta, Bayinnaung y Alaungpaya. No hacen falta carteles de bienvenida: sabes que has llegado a la más nueva, surrealista y megalómana capital del mundo.

Los últimos en instalarse en Naypyidaw han sido un grupo de monos, varios elefantes y dos tigres blancos traídos desde Rangún. A los ojos de los generales birmanos que copan el poder, el sueño de trasladar la capital del país a los pies de las montañas de Pegu Yoa no podría considerarse realizado hasta contar con su propio zoológico. Una partida de soldados fue enviada en misión especial al centenario parque de Rangún, se introdujo a los animales en camiones y se los trajo por carretera repitiendo el tortuoso viaje de 10 horas que previamente habían recorrido funcionarios, policías, ingenieros, militares, monjes o desempleados destinados a la construcción. "Secretario Número 1 inaugura el Zoo de Naypyidaw", anunciaba con grandes titulares y en portada el diario local The New Light of Myanmar.

La macrociudad, la última locura del dictador Than Shwe, el Hitler de Asia para sus enemigos, está cerca de completarse. Es una mezcla de parque de atracciones del despotismo, búnker militar, escaparate del botín robado al pueblo por la corrupción gubernamental y capital administrativa. Un complejo aún fantasmagórico pese a los 150.000 habitantes que ya viven en ella y que se convertirán, se vaticina, en tres millones para 2020. Su nombre hace referencia a los palacios en los que solían residir los monarcas del país. Significa, literalmente, "la Ciudad de los Reyes". Los dictadores viven aquí como si realmente lo fueran.

Nuevos ministerios, escuelas, barrios residenciales, mercados y parques han sido levantados en tiempo récord desde que en 2004 se decidiera mudar la capital 380 kilómetros al norte de la actual, Rangún. Than Shwe, siguiendo el ejemplo de sus héroes, reunió a un consejo de astrólogos para que le indicaran la fecha y el lugar más propicios para levantar su proyecto. Y, al igual que ellos, añadió a las sugerencias de los adivinos caprichos propios que incluyeron toda una ciudad subterránea destinada a evitar una invasión extranjera que cree inevitable. "Su obsesión es que los americanos invadirán el país. No importa que EEUU haya demostrado escaso interés en Birmania. Está convencido de que debe prepararse para ese momento", asegura un diplomático europeo destinado en Rangún.

Los mejores arquitectos birmanos han sido reclutados para construir réplicas de las pagodas más importantes del país y miles de obreros mal pagados -o simplemente esclavizados- trabajan contrarreloj para dar los últimos retoques a rotondas, plantar palmeras, barrer carreteras y completar las infraestructuras.

Entre quienes trabajan bajo el insoportable sopor tropical hay mujeres y ancianos, hombres e incluso niños como los que cargan ladrillos en la mediana de la carretera que lleva a la nueva pagoda de Shwedagon, una obra faraónica que pretende igualar en grandeza al monumento más venerado por los budistas birmanos y cuya figura inacabada comienza a dibujarse en el horizonte. "Nos trajeron en un camión y nos dijeron que debíamos trabajar hasta que termináramos la carretera", dice un niño de ocho años, mientras intenta levantar un saco de arena con ayuda de un compañero.

El búnker militar es el centro de poder sobre el que giran el resto de las infraestructuras de la ciudad e incluye una explanada de un millón de metros cuadrados ganada a la selva con el sudor de los trabajos forzados. El día que Crónica llegó a la ciudad, el Ejército celebraba el 63 aniversario de su fundación y 12.000 soldados aguardaban inmóviles y con los sables en alto la llegada del creador de Naypyidaw.

El temido general Than Shwe, de 75 años, apareció en la limousine descapotable que se ha hecho importar desde Europa -estrena una nueva cada año con motivo de este desfile-, caminó hacia la tarima de oradores acompañado por los vivas de sus hombres y se dirigió a los presentes con las estatuas de los monarcas birmanos de fondo: "Como hijos del pueblo, debemos considerar a los ciudadanos como a nuestros propios padres. Protegerlos, defenderlos y servirlos", aseguró el mismo hombre que el pasado septiembre ordenó aplastar la Revolución del Azafrán enviando a los soldados a disparar contra monjes desarmados en las calles de Rangún.

Dicen quienes han entrado en contacto con Than Shwe que el general -al frente de Birmania desde 1992- no se considera un líder de este tiempo. Al levantar Naypyidaw, empleando en su capricho los recursos de una de las 10 naciones más pobres del mundo, el veterano militar buscaría emular a los héroes reales que él mismo ha ordenado inmortalizar en acero y que solían trasladar la capital del reino con cada cambio de dinastía. A la histórica Pagan le sucedió Ava en el siglo XIV y después las capitales de Taungoo, Pegu, Mandalay y Rangún, la última en ser reemplazada.

Fría y absolutista

Naypyidaw es aún un proyecto a medio terminar, pero ya es posible entrever en él la uniformidad de las ciudades soviéticas, la frialdad de nuevas capitales administrativas como Islamabad y un ambiente absolutista que convierte el lugar en la localización perfecta para una novela de Orwell. Es la única capital del mundo sin conexiones de vuelos internacionales. La única sin cobertura de móvil. Y la primera creada desde la nada en el siglo XXI.

Los primeros residentes, casi todos funcionarios, han sido distribuidos en 1.200 bloques de edificios pintados en diferentes colores -rosa, azul o verde- según el departamento gubernamental al que pertenecen. Todos los edificios son, color de la fachada aparte, exactamente iguales. Ninguno dispone de línea de teléfono directa y los vecinos deben utilizar un único auricular comunitario instalado en cada bloque.

La ciudad ha sido dividida en cuatro zonas: una militar que incluye el búnker de los generales y los cuarteles de los miles de soldados que lo protegen, otra administrativa con todos los ministerios, un área residencial en la que están los bloques de apartamentos y los cinco hoteles que han empezado a operar en Naypyidaw y finalmente un distrito comercial en el que cientos de tiendas esperan comerciantes que las arrienden o clientes que las visiten.

Las ambiciones de la Junta militar le han llevado a separar los distritos varios kilómetros entre sí con la esperanza de que el espacio entre ellos se vaya rellenando y a unirlos con amplias carreteras que serían la envidia en París o Nueva York. ¿El problema? El principal medio de transporte en las aldeas que han quedado atrapadas y dispersas en mitad de la gran urbe sigue siendo el carro tirado por bueyes o caballos.

No hay en todo Naypyidaw un solo cine y las recién estrenadas páginas amarillas sólo ofrecen los números de tres restaurantes, cinco hoteles, un concesionario de coches, cuatro sucursales bancarias y tres tiendas, incluida una con el sugerente nombre de Princess Fashion y un escaparate con ropa que parece prometer una vuelta a los gustos de los años 80. Su dependienta asegura que cuenta entre sus clientas con las esposas de algunos mandos del Ejército. "Esperamos que poco a poco llegue más gente a la ciudad y el negocio salga adelante", dice sin perder el optimismo.

Gigantescos carteles con fotografías de familias felices anuncian la próxima apertura de un supermercado, un instituto o un estadio deportivo. Nubes de polvo se elevan desde la distancia indicando los lugares donde grúas y camiones avanzan sin descanso en pos de los sueños de grandeza de Than Shwe y sus hombres. El Gobierno ha ordenado la construcción de barrios residenciales y ha reservado dos hectáreas de terreno para cada una de las futuras embajadas extranjeras.

Lo de menos es que los habitantes del resto del país no muestren ningún interés en sumarse a la peregrinación o que las legaciones diplomáticas hayan anunciado que seguirán en la antigua capital. La tolerancia a la voluntad de los demás nunca ha sido el fuerte de un régimen que se ha mantenido en el poder desde 1962 a punta de fusil. "Tendrán que venir", dice escuetamente un funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores contactado por teléfono.

Aye, un joven de 24 años contratado como transportista, llegó hace seis meses con la promesa de un buen sueldo y una nueva vida. "No aguanto más este lugar", asegura ahora resguardándose bajo un árbol de los 38 grados de temperatura. "El calor es insoportable y no hay nada que hacer, pero mi jefe es un coronel y me ha prohibido que vuelva a Rangún. Estoy atrapado".

Subdesarrollo

El órgano que todo lo controla en Birmania, rebautizada como Myanmar en 1989, lleva el poco indicativo nombre de Consejo Estatal para la Paz y el Desarrollo (SPDC en sus siglas inglesas). Entre sus logros está haber convertido el país más rico y educado del sureste asiático en los años 60 en una nación con los niveles de desarrollo del Africa subsahariana. Hospedar a un extranjero en casa, disponer de conexión telefónica internacional sin previa autorización o bromear sobre cualquiera de los líderes del país son crímenes que se pagan con la cárcel.

Basta pasar unos días en Birmania para descartar que los generales no hayan advertido que son detestados -y temidos- por todos sus ciudadanos, prácticamente sin excepción. Al trasladar la capital y aislarse en su búnker a prueba de misiles, construido con ayuda de Corea del Norte, los militares han hecho algo más que protegerse de una improbable invasión estadounidense. Se han puesto a salvo, además, de su propio pueblo.

Cuando el pasado mes de septiembre los monjes lideraron a la población en la Revolución del Azafrán, el traslado de la capital cobró de repente todo su sentido estratégico. Las miles de personas que marchaban por las calles pidiendo libertad se encontraron que no tenían una Bastilla a la que prender fuego o un palacio presidencial que sitiar. Nada. Los dictadores se encontraban a cientos de kilómetros y, aunque su aislamiento les impidió conocer la realidad de la situación con inmediatez, cuando tuvieron una idea aproximada de lo que ocurría se limitaron a mandar al más sanguinario de sus batallones con la orden de aplastar a los rebeldes. Los dictadores, entre tanto, siguieron practicando su gran pasión: el golf.

Lujo para el dictador

Un campo de 18 hoyos en mitad de la jungla es uno de los caprichos que rodean a los militares en su nueva base y que incluye un resort exclusivo donde los mandos viven en mansiones tan suntuosas que la distribución de la vivienda del general Than Shwe puede ser fácilmente consultada a través de las fotografías por satélite de Google Earth.

El régimen ha enviado un claro mensaje a sus ciudadanos de que la nueva capital no es un capricho pasajero y que ha sido levantada para perdurar. El pasado mes de febrero los generales se engalanaron para acudir en Naypyidaw a la ceremonia de los premios de cine local, el equivalente a los Oscar de Hollywood, que hasta hace poco se organizaba en Rangún. Con ocho premios a repartir, y sólo una decena de películas producidas en todo el país, las elevadas posibilidades de llevarse un galardón se incrementaron para quienes presentaban obras tan amables a los ojos del régimen como Con mucha Esperanza, la triunfadora de la noche.

Los militares mostraban así su intención de trasladar a su nuevo feudo algo de la vida social y cultural del país. El resto de la población siempre puede seguir siendo adoctrinada a distancia a través de una televisión pública que tiene en un programa llamado Canciones para mantener el Espíritu Nacional lo más parecido a Operación Triunfo.

Es en su flamante Naypyidaw, lejos de molestas revueltas y viviendo sobre el único pedazo de tierra en Birmania que cuenta con electricidad 24 horas al día, donde los generales se encuentran a gusto y pueden concentrarse en robar el dinero que sus ciudadanos les dan para construir escuelas y hospitales. El último informe de Transparency International, la organización que analiza la corrupción en el mundo, sitúa a los dictadores birmanos como los más corruptos en un ránking de 180 países. La nueva capital se ha convertido, como todo lo que toca el Ejército, en un gran negocio.

Las edificaciones se conceden a constructoras propiedad de los militares, los centros comerciales y hoteles son gestionados por militares y el recién estrenado servicio de taxis de la ciudad es una concesión concedida sin disimulos -fue anunciada en la prensa local- a un coronel. A diferencia de otras dictaduras, ésta que se atrinchera en Naypyidaw no se limita a ejercer su control sobre un Gobierno civil. Sus propios mandos se sientan en los despachos de los ministerios, deciden qué carreteras han de ser construidas y cuánto ha de gastarse en servicios sociales, educación y sanidad (un 3% del PIB para los tres departamentos juntos frente a un presupuesto militar cercano al 30%).

El régimen ha anunciado para mayo un referéndum sobre una Constitución que ha tardado más de 15 años en redactar y "elecciones libres" en 2010. Pero nadie, ni dentro ni fuera del país, ha logrado acumular el optimismo suficiente para creer que Birmania vive los albores de una verdadera transición democrática. Los generales dirigen el proceso sin oposición, se han garantizado el poder último de decisión y han vetado la participación de la líder legítima del país Aung San Suu Kyi, bajo arresto domiciliario gran parte de los años transcurridos desde que ganó las últimas elecciones en 1990.

Si la construcción de Naypyidaw había despertado expectativas de cambio es porque era precisamente con el traslado de la capital como los antiguos reyes, tan admirados por los generales, solían anunciar un nuevo rumbo político. La realidad es que detrás de las nuevas carreteras y edificios se esconde la misma dictadura de siempre. Además del zoo, los ministerios o las pagodas, el régimen ha reproducido en la capital los carteles que en Rangún otorgan a la Junta la capacidad exclusiva de conocer el verdadero "Deseo del Pueblo". "Aplastar a todos los elementos destructivos internos y externos", dice uno de los mensajes más insistentes en la carretera de ocho carriles que súbitamente y sin aviso vuelve a convertirse en un camino bacheado y a medio asfaltar. Y sabes, sin ninguna duda, que estás dejando atrás la Ciudad de los Reyes.

Testimonio

El enviado especial de Crónica, David Jiménez, fue el único periodista español que cubrió in situ la Revolución del Azafrán el pasado septiembre y es también el primero en pisar Naypyidaw. La ciudad es oficialmente la nueva capital de Birmania desde el 6 de noviembre de 2005. Cinco días más tarde, el 11 de noviembre, a las 11 de la mañana, un convoy de 1.100 camiones, que transportaban 11 batallones militares y 11 ministerios se trasladaba a la localidad. La repetición del 11 se debe a las indicaciones del astrólogo personal de Than Shwe, quien también ha decidido el sitio donde se ha levantado la ciudad.


Gracias David por informar