La subida en los precios de los alimentos experimentada en 2007 y 2008 puso en alerta a los países que tienen que importar comida. Su solución ha sido comprar grandes extensiones de tierras cultivables en países con terrenos fértiles.
¿Asistimos a una nueva forma de colonialismo o el sistema puede traer beneficios? Empecemos con un dato curioso y escalofriante a la vez: 2008 fue el año donde la humanidad produjo la mayor cantidad de alimentos de su historia. Suficientes para alimentar al doble de la población existente en el planeta. Lo afirman la FAO y las ONG. Y no es cuestión baladí, porque si recordamos, también en 2008 los alimentos alcanzaron precios récord. ¿Cómo es posible esta circunstancia ilógica? Muchos apuntan a que parte de los alimentos vieron incrementados sus precios por ser destinados a la fabricación de biocombustibles, pero este hecho por sí solo no explica el incremento de precios en leche, las verduras o el arroz -que no se emplea como agrocarburante-. La respuesta tiene que ver con la especulación. Diversas fuentes coinciden al señalar que este incremento en los precios ha sido provocado por especuladores que emigraron de la Bolsa de Valores de Nueva York -escapando de la crisis- e invirtieron en la Bolsa de Chicago, que es la que marca el precio de los alimentos para todo el planeta. Al llegar, se dedicaron a comprar las próximas siembras completas de trigo, maíz y arroz, lo que provocó una escasez ficticia que subió los precios internacionales. Paralelamente, los países que tenían grano para vender paralizaron las ventas, limitaron sus exportaciones, por lo que los compradores -que necesitaban alimentos para sus países-, se vieron indefensos. Al ver que los alimentos se habían convertido en un bien especulativo, la solución que encontraron fue comprar terrenos fértiles para desarrollar sus propios cultivos. Olivier Longué, director de Acción contra el Hambre (AcH) lo resume así: “La crisis alimentaria provocó en los gobiernos una toma de conciencia en dos puntos: primero, que el mercado no lo puede todo, y segundo, si el mercado no lo puede todo entonces yo tengo que pensar en cómo alimentar a mi gente. Si no tengo capacidad en casa para cultivar, o hacerlo es costoso pues voy a comprar fuera”.
¿Asistimos a una nueva forma de colonialismo o el sistema puede traer beneficios? Empecemos con un dato curioso y escalofriante a la vez: 2008 fue el año donde la humanidad produjo la mayor cantidad de alimentos de su historia. Suficientes para alimentar al doble de la población existente en el planeta. Lo afirman la FAO y las ONG. Y no es cuestión baladí, porque si recordamos, también en 2008 los alimentos alcanzaron precios récord. ¿Cómo es posible esta circunstancia ilógica? Muchos apuntan a que parte de los alimentos vieron incrementados sus precios por ser destinados a la fabricación de biocombustibles, pero este hecho por sí solo no explica el incremento de precios en leche, las verduras o el arroz -que no se emplea como agrocarburante-. La respuesta tiene que ver con la especulación. Diversas fuentes coinciden al señalar que este incremento en los precios ha sido provocado por especuladores que emigraron de la Bolsa de Valores de Nueva York -escapando de la crisis- e invirtieron en la Bolsa de Chicago, que es la que marca el precio de los alimentos para todo el planeta. Al llegar, se dedicaron a comprar las próximas siembras completas de trigo, maíz y arroz, lo que provocó una escasez ficticia que subió los precios internacionales. Paralelamente, los países que tenían grano para vender paralizaron las ventas, limitaron sus exportaciones, por lo que los compradores -que necesitaban alimentos para sus países-, se vieron indefensos. Al ver que los alimentos se habían convertido en un bien especulativo, la solución que encontraron fue comprar terrenos fértiles para desarrollar sus propios cultivos. Olivier Longué, director de Acción contra el Hambre (AcH) lo resume así: “La crisis alimentaria provocó en los gobiernos una toma de conciencia en dos puntos: primero, que el mercado no lo puede todo, y segundo, si el mercado no lo puede todo entonces yo tengo que pensar en cómo alimentar a mi gente. Si no tengo capacidad en casa para cultivar, o hacerlo es costoso pues voy a comprar fuera”.
El incremento de los precios en los alimentos vivido en 2008 ha sido provocado por especuladores que emigraron de la Bolsa de Valores de Nueva York -escapando de la crisis- e invirtieron en la Bolsa de Chicago, que es la que marca el precio de los alimentos para todo el planeta.
El proceso de compra de tierras
Según Longué, “este proceso no es nuevo, ya se inició en los años 70. En esa época Brasil o Argentina empezaron a vender espacios enormes. Quizá lo que es nuevo y ahora llama la atención es que África está ahora en la lista de los que venden”. Efectivamente, hoy el 10% de Argentina pertenece a inversores extranjeros, incluso particulares, entre los que se cuenta a Douglas Tompkins, dueño de gran parte de la Patagonia argentina y chilena y poseedor de terrenos con importantes acuíferos y reservas de agua dulce de Latinoamérica.
Actualmente los grandes compradores son el gobierno de Corea del Sur -que posee en el extranjero más tierras fértiles de las que tiene en su propio país-, seguido de China, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Japón. Los motivos que les impulsan a comprar terrenos son diferentes. Corea del Sur tiene que exportar alimentos, porque en sus propios territorios ha beneficiado los productos exportables como tabaco y además la presión demográfica es importante en un país con una densidad de población de 498 habitantes por kilómetro cuadrado (mientras que en España la densidad es de un 91,4).
China se ve presionada por el crecimiento demográfico, y más ahora que las pudientes clases medias pagan lo que sea para saltarse la política del hijo único. El país no posee tierras suficientes para alimentar a su población futura.
En Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y otros países del Golfo lo que les impulsa es la falta de agua. Desalarla y llevarla a sus campos es tan costoso que han entendido que el proceso será insostenible cuando el dinero procedente de su riqueza petrolífera se agote.
Japón, por su parte, se ve altamente limitado por el espacio reducido de su isla.
Aunque estos están a la cabeza del ranking de los mayores países compradores, hay muchos otros, además de empresas particulares y multinacionales que hacen negocio con la agricultura y los biocarburantes.
Veamos el ejemplo de Kuwait para tener una visión más amplia. En abril de 2008 el país creó un fondo de cien millones de dólares para producir alimentos y fomentar el agronegocio en Uganda para abastecer el mercado del Medio Oriente; la inversión contempla la formación de los trabajadores ugandeses y la creación de infraestructura. En ese mismo año el gobierno negoció contratos para la implantación de granjas de pollos en Egipto, Marruecos y Yemen. En agosto de 2008 el gobierno firmó un acuerdo con su homónimo camboyano para arrendar tierras en las que producir arroz para Camboya y enviar el excedente a mercados internacionales. Camboya recibe a cambio un préstamo de 546 millones de dólares y tecnologías agrícolas. Y en septiembre, Kuwait negoció la instalación de cultivos y ganado en Sudán, y también concretó en Birmania la extensión de tierras para plantar arroz y planta aceitera. A cambio da a Birmania fertilizantes y dólares. Birmania emplea agricultores y tierra y luego Kuwait compra la producción a precios de mercado internacional. Observemos que todos estos movimientos corresponden a 2008, en paralelo a la crisis alimentaria.
Es lícito que los países intenten asegurar la comida de sus ciudadanos, pero en este proceso de compra de grandes extensiones de tierras cultivables también participan empresas que especulan con la alimentación, precisamente muchas de las que han llevado a sufrir la situación actual. Monopolios agroimperialistas como la estadounidense Goldman Sachs o el alemán Deutschbank. Como no hay sistema de vigilancia en el proceso, en algunos casos las cosas se hacen muy bien, pero los gobiernos corruptos encuentran otra brecha de negocio. Incluso el Banco Mundial ha asignado millones de dólares para que las empresas agrícolas compren “tierras infrautilizadas”, mientras paralelamente condiciona la concesión de préstamos a países como Ucrania a que abran sus tierras a los inversores extranjeros. Hoy la tierra es un negocio y también una necesidad.
Actualmente los grandes compradores son el gobierno de Corea del Sur -que posee en el extranjero más tierras fértiles de las que tiene en su propio país-, seguido de China, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Japón. Los motivos que les impulsan a comprar terrenos son diferentes. Corea del Sur tiene que exportar alimentos, porque en sus propios territorios ha beneficiado los productos exportables como tabaco y además la presión demográfica es importante en un país con una densidad de población de 498 habitantes por kilómetro cuadrado (mientras que en España la densidad es de un 91,4).
China se ve presionada por el crecimiento demográfico, y más ahora que las pudientes clases medias pagan lo que sea para saltarse la política del hijo único. El país no posee tierras suficientes para alimentar a su población futura.
En Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y otros países del Golfo lo que les impulsa es la falta de agua. Desalarla y llevarla a sus campos es tan costoso que han entendido que el proceso será insostenible cuando el dinero procedente de su riqueza petrolífera se agote.
Japón, por su parte, se ve altamente limitado por el espacio reducido de su isla.
Aunque estos están a la cabeza del ranking de los mayores países compradores, hay muchos otros, además de empresas particulares y multinacionales que hacen negocio con la agricultura y los biocarburantes.
Veamos el ejemplo de Kuwait para tener una visión más amplia. En abril de 2008 el país creó un fondo de cien millones de dólares para producir alimentos y fomentar el agronegocio en Uganda para abastecer el mercado del Medio Oriente; la inversión contempla la formación de los trabajadores ugandeses y la creación de infraestructura. En ese mismo año el gobierno negoció contratos para la implantación de granjas de pollos en Egipto, Marruecos y Yemen. En agosto de 2008 el gobierno firmó un acuerdo con su homónimo camboyano para arrendar tierras en las que producir arroz para Camboya y enviar el excedente a mercados internacionales. Camboya recibe a cambio un préstamo de 546 millones de dólares y tecnologías agrícolas. Y en septiembre, Kuwait negoció la instalación de cultivos y ganado en Sudán, y también concretó en Birmania la extensión de tierras para plantar arroz y planta aceitera. A cambio da a Birmania fertilizantes y dólares. Birmania emplea agricultores y tierra y luego Kuwait compra la producción a precios de mercado internacional. Observemos que todos estos movimientos corresponden a 2008, en paralelo a la crisis alimentaria.
Es lícito que los países intenten asegurar la comida de sus ciudadanos, pero en este proceso de compra de grandes extensiones de tierras cultivables también participan empresas que especulan con la alimentación, precisamente muchas de las que han llevado a sufrir la situación actual. Monopolios agroimperialistas como la estadounidense Goldman Sachs o el alemán Deutschbank. Como no hay sistema de vigilancia en el proceso, en algunos casos las cosas se hacen muy bien, pero los gobiernos corruptos encuentran otra brecha de negocio. Incluso el Banco Mundial ha asignado millones de dólares para que las empresas agrícolas compren “tierras infrautilizadas”, mientras paralelamente condiciona la concesión de préstamos a países como Ucrania a que abran sus tierras a los inversores extranjeros. Hoy la tierra es un negocio y también una necesidad.
Los peligros de la compra-venta
Con estos ejemplos, podemos tener una idea aproximada de los peligros que acechan tras este proceso que muchos han bautizado como “colonialismo agrario”. El propio director de la FAO declaró el 10 de septiembre al Wall Street Journal de la “alerta del neocolonialismo de tierras en los países del Sur por especuladores con materias primas y alimentos".
Entre los riesgos del proceso, el primero sería despojar a los países vendedores de su soberanía alimentaria. Es decir, que nos encontremos en la situación de un país en hambruna mientras los campos cultivados llevan el grano al extranjero. Podría ser el caso de Sudán, donde la crisis de Darfur hace que más de cinco millones de refugiados tengan que ser alimentados por el Programa Mundial de Alimentos, mientras gobiernos extranjeros están comprando tierras en el país para en un futuro producir y exportar alimentos a sus propios ciudadanos. También en Camboya hay medio millón de personas pasando hambre, mientras su gobierno vende terrenos fértiles.
Otra nota de atención tiene que ver con la desprotección de las tribus indígenas o los campesinos sin documentos de propiedad, que pueden verse expulsados fácilmente de unas tierras que se han vuelto de oro. Además, si las tierras entran en un sistema de compra-venta internacional, a muchos ciudadanos locales les será imposible comprar terrenos a esos precios. Para Olivier Longué, “el proceso de venta de tierras no es en sí creador de pobreza o de hambre, pero puede complicarse en tres casos: cuando el propio país pierde el control de esas tierras -por ejemplo si la UE no me deja plantar OGM (Organismos Genéticamente Modificados) en Europa y me voy a hacerlo a Zimbabue-, cuando se quita superficie que tiene que alimentar a los propios africanos -no tenemos constancia de ningún caso de estos-, y cuando no se respeta el Estatuto de los Trabajadores. Fíjate que hasta hace poco en países como Bolivia se vendían las haciendas con los trabajadores dentro, como si fuesen árboles. En este aspecto, tenemos constancia de varios casos”.
Otra de las circunstancias que suceden es que estas tierras que se explotan agrícolamente no revierten en empleo para los ciudadanos del país que vende o alquila. Esta manera de proceder suele emplearla China, pero hay otros países concienciados: “Hay dos grupos de países -explica el director de AcH-. Unos, con China a la cabeza, lo importan todo, hasta los trabajadores. De hecho ya hay más de un millón de chinos trabajando en los proyectos que su país tiene en África. Sin embargo los Países del Golfo y zonas circundantes son más integradores, quizás por un elemento cultural. Aunque hay una imagen negativa de ellos, han hecho un fantástico trabajo en África en relación con el agua potable. Conocen el tema de la perforación debido al petróleo, tienen dinero y muy buenos ingenieros, acostumbrados a trabajar en climas comparables y ahí hemos visto un ejemplo muy positivo a la hora de formar a técnicos agrícolas”.
Entre los riesgos del proceso, el primero sería despojar a los países vendedores de su soberanía alimentaria. Es decir, que nos encontremos en la situación de un país en hambruna mientras los campos cultivados llevan el grano al extranjero. Podría ser el caso de Sudán, donde la crisis de Darfur hace que más de cinco millones de refugiados tengan que ser alimentados por el Programa Mundial de Alimentos, mientras gobiernos extranjeros están comprando tierras en el país para en un futuro producir y exportar alimentos a sus propios ciudadanos. También en Camboya hay medio millón de personas pasando hambre, mientras su gobierno vende terrenos fértiles.
Otra nota de atención tiene que ver con la desprotección de las tribus indígenas o los campesinos sin documentos de propiedad, que pueden verse expulsados fácilmente de unas tierras que se han vuelto de oro. Además, si las tierras entran en un sistema de compra-venta internacional, a muchos ciudadanos locales les será imposible comprar terrenos a esos precios. Para Olivier Longué, “el proceso de venta de tierras no es en sí creador de pobreza o de hambre, pero puede complicarse en tres casos: cuando el propio país pierde el control de esas tierras -por ejemplo si la UE no me deja plantar OGM (Organismos Genéticamente Modificados) en Europa y me voy a hacerlo a Zimbabue-, cuando se quita superficie que tiene que alimentar a los propios africanos -no tenemos constancia de ningún caso de estos-, y cuando no se respeta el Estatuto de los Trabajadores. Fíjate que hasta hace poco en países como Bolivia se vendían las haciendas con los trabajadores dentro, como si fuesen árboles. En este aspecto, tenemos constancia de varios casos”.
Otra de las circunstancias que suceden es que estas tierras que se explotan agrícolamente no revierten en empleo para los ciudadanos del país que vende o alquila. Esta manera de proceder suele emplearla China, pero hay otros países concienciados: “Hay dos grupos de países -explica el director de AcH-. Unos, con China a la cabeza, lo importan todo, hasta los trabajadores. De hecho ya hay más de un millón de chinos trabajando en los proyectos que su país tiene en África. Sin embargo los Países del Golfo y zonas circundantes son más integradores, quizás por un elemento cultural. Aunque hay una imagen negativa de ellos, han hecho un fantástico trabajo en África en relación con el agua potable. Conocen el tema de la perforación debido al petróleo, tienen dinero y muy buenos ingenieros, acostumbrados a trabajar en climas comparables y ahí hemos visto un ejemplo muy positivo a la hora de formar a técnicos agrícolas”.
“La crisis alimentaria provocó en los gobiernos una toma de conciencia: el mercado no lo puede todo, y entonces yo tengo que pensar en cómo alimentar a mi gente. Si no tengo capacidad en casa para cultivar, o hacerlo es costoso pues voy a comprar fuera”.
(Olivier Longué, director de Acción contra el Hambre).
La simbiosis entre China y África
El gigante asiático sólo posee el 7% de las tierras fértiles del planeta, cuando sus 1.400 millones de habitantes suponen el 21% de la población mundial, que este año alcanza los 6.671 millones. Actualmente tiene tierras compradas o alquiladas en Laos, Surinam, Brasil, México, Kazajistán, Australia, pero sobre todo en diversos países de África. Su amplia presencia en el continente negro es lo que precisamente ha hecho saltar todas las alarmas: el continente pobre y hambriento vende sus tierras a los codiciosos chinos, parecen señalar las noticias. Para Longué, la situación tiene otra traducción: “Aunque tenemos una percepción diferente, África es una fantástica reserva de espacio. Un continente muy poco poblado con enormes superficies libres. China tiene una política de apoyo a África en infraestructuras, creando carreteras, reservas de agua, estadios. Sus acciones pueden ser muy limitadas, pero están contribuyendo muchísimo al desarrollo. Tienen una influencia creciente porque les interesa África por sus recursos naturales -en primera línea el petróleo- pero están pagando un justo precio por ello, cosa que no hacen otros. Además el continente africano tiene 800 millones de habitantes, un enorme mercado para los productos baratos de China. Impresiona ver cómo los chinos se han hecho con ese mercado”.
Efectivamente, el gigante asiático tiene un interés estratégico en el continente y la venta de tierras está teniendo repercusiones en los más desprotegidos: “En los países del Sahel- Mauritania, Níger, Burkina Faso, Guinea, Mali...- no hemos visto esas compras porque allí lo que hay es piedra y puro desierto -informa Longué-. Pero en países como Zimbabue -con la política nefasta de Mugabe-, han pasado dos cosas negativas: uno, que los títulos de propiedad están perdiendo valor dada la corrupción que hay, y dos que existen comunidades que se han visto expulsadas de sus propias tierras. Lamento no tener cifras que ofrecerte”.
Pero paralelamente, el director de AcH encuentra puntos positivos en este proceso: “No podemos decir que las compras de China en África sean negativas en absoluto, si se acompañan de un proceso de capacitación y formación agrícola. Recordemos que en África el 80% de los agricultores no saben leer ni escribir, y trabajan como lo hacían sus abuelos, lo que quiere decir que la modernización de la agricultura africana sigue siendo un reto pendiente. Mientras, China -aunque es muy criticable en muchos aspectos- ha conseguido pasar de una situación de hambruna en los años 70 a exportar comida hoy en día, con lo que tiene una política agrícola muy efectiva.... Así que estaría muy bien que hubiera una mejora en los campesinos africanos por efecto contagio o porque les formaran. Recordemos que las primeras víctimas del hambre en el mundo a día de hoy son los pequeños campesinos. No sé qué pasará, pero sí puedo afirmar que pasará mucho tiempo antes de que este fenómeno sea un factor de creación de hambre. Además, dado la fuerza que cada vez más tienen los estados africanos, creo que ese día no dudarán en recuperar esas tierras”
Efectivamente, el gigante asiático tiene un interés estratégico en el continente y la venta de tierras está teniendo repercusiones en los más desprotegidos: “En los países del Sahel- Mauritania, Níger, Burkina Faso, Guinea, Mali...- no hemos visto esas compras porque allí lo que hay es piedra y puro desierto -informa Longué-. Pero en países como Zimbabue -con la política nefasta de Mugabe-, han pasado dos cosas negativas: uno, que los títulos de propiedad están perdiendo valor dada la corrupción que hay, y dos que existen comunidades que se han visto expulsadas de sus propias tierras. Lamento no tener cifras que ofrecerte”.
Pero paralelamente, el director de AcH encuentra puntos positivos en este proceso: “No podemos decir que las compras de China en África sean negativas en absoluto, si se acompañan de un proceso de capacitación y formación agrícola. Recordemos que en África el 80% de los agricultores no saben leer ni escribir, y trabajan como lo hacían sus abuelos, lo que quiere decir que la modernización de la agricultura africana sigue siendo un reto pendiente. Mientras, China -aunque es muy criticable en muchos aspectos- ha conseguido pasar de una situación de hambruna en los años 70 a exportar comida hoy en día, con lo que tiene una política agrícola muy efectiva.... Así que estaría muy bien que hubiera una mejora en los campesinos africanos por efecto contagio o porque les formaran. Recordemos que las primeras víctimas del hambre en el mundo a día de hoy son los pequeños campesinos. No sé qué pasará, pero sí puedo afirmar que pasará mucho tiempo antes de que este fenómeno sea un factor de creación de hambre. Además, dado la fuerza que cada vez más tienen los estados africanos, creo que ese día no dudarán en recuperar esas tierras”
A mediados de marzo de 2009, las revueltas populares y violentas en Madagascar propiciaron la renuncia de su presidente y un cambio de gobierno. Uno de los motivos de la rebelión del pueblo malgache era que su gobierno quería alquilar un millón de hectáreas de tierras fértiles a la surcoreana Daewoo para producir alimentos para su país.
Aprender y blindarse
A mediados de marzo de 2009, las revueltas populares y violentas en Madagascar propiciaron la renuncia de su presidente y un cambio de gobierno. Uno de los motivos de la rebelión del pueblo malgache era que su gobierno quería alquilar un millón de hectáreas de tierras fértiles a la surcoreana Daewoo para producir alimentos para su país. El contrato suponía que la mitad de las tierras cultivables de la isla quedasen en manos extranjeras durante 99 años. Si tenemos en cuenta que el país tenía que importar alimentos y que en agosto de 2008 tuvo que pagar el arroz un 70% más caro que en los mercados locales, se comprende la indignación de los habitantes del país: tenían tierras fértiles y estaban pasando hambre. Cuanto todo parecía cerrado, el pueblo se rebeló y el proceso de alquiler de campos de cultivo se anuló. No tenía sentido en un país donde el 70% de su población sufre malnutrición o no tiene acceso a una adecuada alimentación.Actualmente países africanos como Níger no venden tierras ni para construir una casa particular a un extranjero, Paraguay aprobó una ley que prohíbe vender tierras a extranjeros, algo que se plantea hacer Uruguay, mientras Brasil quiere reformar sus leyes para que los compradores tengan que declarar qué porcentaje del dinero es extranjero. Y en Pakistán los campesinos se organizan contra el desplazamiento de aldeas propiciado por la compra de tierras de cultivo a Qatar. A nivel local los abusos comienzan a tener repercusión. Los pueblos han aprendido del expolio al que le hemos sometido los denominados “países industrializados, occidentales, desarrollados o ricos”. Como claramente indica Olivier Longué, “muy a menudo, lo que se teme en esta compra es que haya al final una pérdida de soberanía, pero yo he trabajado durante siete años en casi todos los países de África y, si hay algo que han aprendido los africanos es a defender lo suyo. Y eso a veces es una desgracia, porque si la Unión Africana y Sudán no hubieran defendido su soberanía, la crisis de Darfur ya sería historia. Y no lo es”.
A nivel macroeconómico, la solución pasa por evitar que se especule con los alimentos: “La comida se ha convertido en un bien para especular. Mientras los mercados de valores son muy inestables, la gran bolsa mundial de agricultura sigue siendo muy rentable”, insiste Longué. Estamos entonces ante dos casos: países que desean asegurar su sustento, ya que el mercado no garantiza la estabilidad de los precios, y multinacionales en busca de negocio, que compran como inversión y que pueden manipular el precio de los alimentos básicos. Distinguir y evitar que la comida se convierta en fuente de negocio es la tarea futura imprescindible. Sin ello, los más pobres seguirán siendo las víctimas que no pueden pagar por su comida, porque los más ricos se están asegurando el grano mediante la compra de tierras
A nivel macroeconómico, la solución pasa por evitar que se especule con los alimentos: “La comida se ha convertido en un bien para especular. Mientras los mercados de valores son muy inestables, la gran bolsa mundial de agricultura sigue siendo muy rentable”, insiste Longué. Estamos entonces ante dos casos: países que desean asegurar su sustento, ya que el mercado no garantiza la estabilidad de los precios, y multinacionales en busca de negocio, que compran como inversión y que pueden manipular el precio de los alimentos básicos. Distinguir y evitar que la comida se convierta en fuente de negocio es la tarea futura imprescindible. Sin ello, los más pobres seguirán siendo las víctimas que no pueden pagar por su comida, porque los más ricos se están asegurando el grano mediante la compra de tierras