Mae Sot, TAILANDIA — Tiene el porte silencioso y profesional de un hombre que prefiere el santuario educativo de una clase que el peligro de políticas revolucionarias. Pero el maestro birmano Htay Hlaing pasó nueve años en una cárcel notoria por sus torturas en un país bajo régimen militar, por el simple hecho de ayudar a sus estudiantes a redactar una carta solicitando la paz y la reconciliación.
“Era un infierno, como si me hubiesen quitado la vida. A veces nos vigilaban día y noche. Si nos ordenaban sentarnos o levantarnos, teníamos que obedecer inmediatamente. Éramos cinco en una celda minúscula”, recuerda este profesor de Física y Química, de 51 años.
Si bien Htay – pronúnciese “Tei” – no fue torturado, cuenta como otros prisioneros políticos en la famosa cárcel de Insein, al noroeste de la capital birmana, Rangún, fueron apaleados hasta casi morir, y encerrados con hierros en los pies por los guardas de la prisión a la mínima impresión de resistencia.
“El gobierno birmano es como el diablo. Todo el mundo debería saber cómo tratan a su pueblo”, lamenta Htay, quien tuvo que huir a Tailandia con su mujer y cuatro de sus cinco hijos tras su liberación el pasado año.
Aún desolado por la catástrofe del ciclón Nargis, el pueblo de Birmania está en guerra civil desde hace sesenta años y oprimido desde la década de los sesenta por brutales regímenes militares sucesivos.
Aproximadamente tres millones de ciudadanos birmanos viven exiliados, la gran mayoría en condiciones de esclavitud, como trabajadores migrantes indocumentados en Tailandia y a través del sudeste asiático.
Cerca de 350.000 birmanos han huido a la zona de Mae Sot, donde se extienden campamentos de refugiados que luchan por conseguir comida, ropa y educación para sus hijos.
Htay, aunque sin papeles, ha encontrado empleo y cierta libertad en una extraordinaria escuela para los hijos e hijas de refugiados birmanos en Mae Sot, a 650 kilómetros al noroeste de Bangkok, capital de Tailandia.
El Internado para Jóvenes Huérfanos y Desamparados, fundado en 1999 por el maestro U Khaing Oo Maung, cuenta con 300 alumnos y 20 docentes. Sesenta de estos jóvenes son huérfanos y residen en la escuela. Duermen en clases que se convierten en dormitorios y juegan en un patio de tierra en el que pululan los patos.
Aunque las instalaciones escolares sean rudimentarias, la escuela proporciona con la educación una manera de escapar a la guerra y la represión. El ánimo y entusiasmo por aprender y enseñar que comparten los docentes y el alumnado es ejemplar. Y muchos de los escolares continúan sus estudios en universidades de Alemania, Australia, Canadá, o Tailandia, gracias a becas y programas educativos de las Naciones Unidas.
Para los huérfanos, lo poco que la escuela les pueda dar lo es todo.
“Cuando llegué me puse muy contento. No tenía con qué vestirme y me dieron ropa. Me dieron todo lo que me faltaba: jabón, un cepillo de dientes, zapatillas...", dice Ne Aung Moe, de 15 años, a quien rara vez se le ve sin sonreir.
El alumno más antiguo de la escuela, Kyain Ye Shet, de 20 años, quedó discapacitado a causa de un tratamiento médico inadecuado. “Cuando acabe mis estudios, no creo que me quede aquí para buscar trabajo. Regresaré a mi tribu Lahu en Birmania y trabajaré para la comunidad”, afirmó.
Es una afirmación de sacrificio que comparten muchos niños. Yatanar, la hija adoptiva de U Khaing, de 9 años, quiere ser doctora y “tratar a los enfermos sin cobrarles”, mientras que la niña de 13 años May Thet Aye quisiera ser maestra “para enseñar a otros lo que he aprendido aquí”.
La escuela aquí es un microcosmos de Birmania donde todos los grupos étnicos y religiosos del país están representados.
“Aquí no existe discriminación étnica o religiosa. Esto es muy importante para nuestra futura democracia en Birmania", subrayó el director U Khaing. "Debe haber derechos humanos sin discriminación entre grupos étnicos y religiosos. Algunos de nuestros estudiantes serán médicos, ingenieros, profesores universitarios... Llegarán a ser líderes. Ellos serán los que dirigirán nuestro país”.
El septagenario U Khaing, que viste una camiseta amarilla con la cara impresa de Aung San Suu Kyi, líder birmana de la Liga Nacional para la Democracia, tiene todo el ingenio y carisma de un maestro innato. Fue encarcelado y torturado durante seis años por agentes de Inteligencia Militar antes de lograr escapar a la región fronteriza tras el fallido levantamiento de 1988. Luego pasó diez años enseñando en una escuela escondida en la selva.
Antes alumna y ahora profesora de esta escuela, Si Si Htwe, de 25 años, fue testigo de atrocidades cometidas en su pueblo natal por soldados del Consejo Estatal de Paz y Desarrollo, el nombre oficial de la Junta Militar que gobierna Birmania.
“Cuando estaba en mi pueblo de Khaung Chi, tropas del Consejo atacaron y quemaron otros pueblos de la zona. Un hombre intentó regresar a su pueblo pero los soldados lo atraparon. Lo descuartizaron y después repartieron sus miembros por todas partes", relató a la IE.
Pero a pesar de estos logros, la vida sigue siendo dura en esta escuela de refugiados.
“Todos aquí somos ilegales: los docentes, el director, los estudiantes. Estamos constantemente preocupados por nuestra seguridad", explica el director adjunto Chang One. “Si en Mae Sot me encuentro con un policía y me pide dinero, tengo que dárselo. Si no, me arrestarán y me deportarán a Birmania.”
Una ONG ha aportado fondos para alimentar a los niños dos veces al día, pero la escuela necesita más aportaciones. Su condición es incierta puesto que las autoridades tailandesas la reconocen sólo como un "centro de aprendizaje" y no como un establecimiento escolar oficial. La precaria condición de los docentes les impide formar o afiliarse a un sindicato.
La escuela sólo puede permitirse remunerar a sus docentes unos 100 dólares al mes. Incluso el director, U Khaing, recibe a penas 30 dólares a la semana.
“Necesitamos muchas cosas: ropa, computadoras, transporte escolar...” recalcó U Khaing. “No tenemos gobierno, ni país, bajo el régimen militar. Así que ruego a los donantes internacionales que por favor vengan a nuestra escuela y vean de verdad lo que necesitamos."
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