jueves, 13 de agosto de 2009

El encierro de Suu Kyi

En Rangún, la gente respiró con alivio al saber que la líder de la oposición birmana, Aung San Suu Kyi, había sido condenada a otro arresto domiciliario cuando corría el riego de ir a prisión. «No podemos estar totalmente satisfechos, pero la gente está contenta de que esté de nuevo en su casa», declara a la agencia France Prese Tin Ko, un taxista que se atreve a hablar cuando la mayoría guarda silencio por temor a las represalias del régimen militar. «Nuestro Gobierno es muy hábil», precisa este hombre de 45 años, que ha advertido las artimañas de la Junta para apartar a la dirigente de las elecciones del año próximo sin irritar demasiado a la opinión pública.
Suu Kyi, de 64 años, ha estado privada de libertad durante 14 de los 20 últimos años y el martes regresó a su casa para cumplir su castigo. Vive en la antigua residencia de su madre, una casona colonial situada en el número 54 de la Avenida de la Universidad, la misma donde pasó sus anteriores periodos de privación de libertad.
En mal estado
El edificio es bonito, muy espaciosos y con un jardín, pero está muy deteriorado. No ha recibido servicio de mantenimiento durante muchos años. La dirigente querría restaurarlo, pero no es probable que lo consiga. A primeros de agosto pidió a sus abogados que estudiaran esa posibilidad, pero cualquier visita debe ser previamente autorizada, y los obreros y arquitectos no son una excepción. Además, su situación económica es muy precaria. Esta prácticamente arruinada.
La casa, de dos plantas y pintada de blanco, fue una elegante residencia en otros tiempos, pero ahora está casi vacía, sin muebles. A lo largo de los años, Suu Kyi se ha visto obligada a vender el ajuar de su madre, que pertenecía a una acaudalada familia, para no tener que aceptar la manutención del Estado.
Madrugadora
La rutina de Suu Kyi consiste en levantarse temprano y alimentarse frugalmente. Fiel budista, practica varias horas de meditación diaria, escucha la radio y lee. Como su padre, el carismático líder independentista Aung San, asesinado en 1947, Suu Kyi hace gala de un carácter de hierro que contrasta con su frágil y pequeño cuerpo.
Una de las cosas más placenteras a la que aún tiene acceso es escuchar sus viejos discos de ópera. Y entre otras lecturas, le gustan las novelas de John Le Carré. Cuando pensó que pasaría una buena temporada en la cárcel pidió a sus amigos que le proporcionaran medicinas y libros del novelista inglés.
En su destierro la acompañan dos mujeres de confianza: Daw Khin Win, de 60 años, y su hija Win Ma Ma, de 30, militantes de la Liga Nacional para la Democracia (LND) que han vivido con ella desde hace tiempo y que han sido condenadas a la misma pena que Suu Kyi por no denunciar que el ciudadano estadounidense John W. Yettaw se quedó a dormir en la casa.