miércoles, 26 de marzo de 2008

LA LUCHA DE LOS MONJES POR LA LIBERTAD por Juan José Tamayo, Catedrático de Teología y Ciencias de las Religiones


Juan José Tamayo21.jpgEn el imaginario social está muy extendida la idea de que los principios morales del budismo son intemporales, irreformables y sólo practicables por una minoría de iniciados dentro de la tradición budista.
Se cree que carecen de significación histórica y de relevancia social, y que apenas pueden hacer aportaciones importantes en el actual debate ético y en las nuevas propuestas morales para la regeneración de la sociedad, la construcción de un mundo más habitable y la búsqueda de un modelo de desarrollo sostenible.
Fuente: Atrio

Las pasadas movilizaciones pacíficas de los monjes budistas de Myanmar contra la dictadura militar que oprime al país desde hace casi medio siglo y las más recientes de los monjes del Tibet contra la ocupación china constituyen un mentís a dicho imaginario y un ejemplo de compromiso cívico en defensa de la libertad. Estamos ante una “revolución” no violenta que se inspira en los principios del budismo, reformulados y reinterpretados en los nuevos contextos culturales, sociales, políticos, económicos y religiosos y que demuestran la vigencia del ideal budista de una humanidad sin sufrimiento, de un mundo interdependiente y de una sociedad pacificada y pacificadora tanto a nivel interior como exterior.

Uno de los intentos más luminosos en esta línea es la reformulación de los Cinco Maravillosos Preceptos del budismo llevada a cabo por Thich Nhat Hanh, monje vietnamita exiliado en Francia desde hace varias décadas, cuyo objetivo es transformar el sufrimiento en vida feliz, aprender el arte de vivir en la belleza y ser solidario con todos los seres del universo.

El primer precepto es “no matar”, que Nhat Hanh traduce como cultivar la compasión, poner todos los medios al alcance de cada uno para proteger la vida, no causar daño a la naturaleza ni a los seres humanos, practicar la no violencia. Consciente del sufrimiento causado por la destrucción de la vida, se compromete a cultivar la compasión y a proteger la vida de las personas, animales, plantas y minerales. Se muestra resuelto a no matar, a no dejar que otros maten y a no tolerar ningún acto mortal en el mundo, tanto en su pensamiento como en su forma de vivir.

El segundo es “no robar”, que Nhat Hanh traduce como no poseer nada que pertenezca a otra persona ni enriquecerse a costa del dolor de otros seres humanos y del resto de las especies de la tierra. Consciente del sufrimiento causado por la explotación de la injusticia social, el robo y la opresión, el monje vietnamita hace el voto de cultivar la ternura y trabajar por el bienestar de las personas, animales, plantas y minerales, de practicar la generosidad al compartir su tiempo, energía y recursos materiales con aquellos que están necesitados. Está resuelto a no robar y a no poseer nada que pertenezca a otros, a respetar la propiedad de los demás y a impedir que otros se aprovechen del sufrimiento humano o del sufrimiento de otras especies de la Tierra.

El tercer precepto es “abstenerse de conductas sexuales inapropiadas”, que implica tener un comportamiento sexual responsable, caer en la cuenta de los sufrimientos que se ocasiona a los demás por la mala conducta de uno, respetar los derechos y compromisos de los demás para asegurar la propia felicidad y la de los otros, y afirmar la unidad de cuerpo y mente. Consciente del sufrimiento causado por la conducta sexual irresponsable, Nhat Hanh llama a cultivar la responsabilidad y a proteger la seguridad e integridad de los individuos, de las parejas y de la sociedad. Se muestra resuelto a no implicarse en relaciones sexuales sin amor y a hacer todo lo que esté en su mano para proteger a los niños de abusos sexuales.

El cuarto es “no mentir”, que Nhat Hanh traduce por decir la verdad, no exagerar, no tener un lenguaje inmundo, no tener lengua viperina, hablar consciente y responsablemente y escuchar atentamente, no difundir informaciones sin la seguridad de su certeza, no pronunciar palabras que causen odio o división en la comunidad o la familia, hacer todo lo posible para lograr la conciliación y de los conflictos. Consciente del sufrimiento causado por hablar inconscientemente y por la incapacidad de escuchar a los demás, asume el compromiso de cultivar la palabra cariñosa y la escucha profunda a fin de proporcionar gozo y alegría a los demás y de mitigar su sufrimiento.

Sabiendo que las palabras pueden crear felicidad o sufrimiento, se compromete a hablar con palabras que inspiren autoconfianza, gozo y esperanza. Está resuelto a no propagar rumores cuya veracidad desconozca y a no criticar o condenar cosas de las que no esté seguro. Se abstendrá de pronunciar palabras que puedan causar división o discordia, o que puedan provocar la ruptura de la familia o la comunidad.

El quinto precepto es “no consumir sustancias que perjudiquen a la mente, como el alcohol y las drogas”. El cuerpo se nos ha transmitido por generaciones anteriores y por nuestros padres; su destrucción constituye una traición tanto a las generaciones pasadas como a las futuras. Su propuesta es consumo consciente. Consciente del sufrimiento causado por el consumo inconsciente, se compromete a cultivar una buena salud, tanto física como mental, para él, su familia y la sociedad mediante la práctica de comer, beber y consumir conscientemente, ingerir únicamente productos que preserven la paz, el bienestar y el gozo en su cuerpo, en su consciencia y en el cuerpo colectivo de su familia y sociedad. Está resuelto a no utilizar alcohol o ningún otro intoxicante y a no ingerir comidas u otros productos que contengan toxinas. Trabajará por transformar la violencia, el miedo, el odio y la confusión en sí mismo y en la sociedad practicando una dieta, para su bien y el de la sociedad. Comprende que una dieta adecuada es fundamental para la autotransformación y para la transformación de la sociedad.

Con esta interpretación, Naht Hahn pretende contrarrestar la imagen pasiva del budismo en el imaginario colectivo que lleva a entender el mensaje del Buda como indiferencia ante la guerra y la injusticia, desinterés por la suerte común de la humanidad y justificación de las situaciones de opresión.

¿Simples palabras? No. La reformulación de Nhat Hanh no se queda en el papel. Existen numerosas comunidades budistas comprometidas en el análisis de los problemas mundiales y en la mejora de las condiciones de vida de la humanidad desde la práctica de la justicia social, la no violencia y el equilibrio ecológico. Un ejemplo es la Red Internacional de Budistas Comprometidos, cuyos ámbitos de trabajo son: la educación alternativa y la formación espiritual, el pacifismo, los derechos humanos, la lucha por emancipación de las mujeres, la ecología, la familia, el desarrollo rural, las economías alternativas, la comunicación y los problemas de los monjes y de las monjas, que han de compaginar la contemplación y la acción.

La lucha de los monjes budistas del Tibet, que cuenta con el apoyo y la solidaridad de numerosos ciudadanos y ciudadanas de todo el mundo, viene a demostrar que el budismo está comprometido con la libertad de expresión, la democracia y la dignidad humana, y que la compasión que predica se traduce en compromiso con los derechos humanos, sociales, ecológicos y culturales de los pueblos. Así lo ha manifestado el Dalai Lama, tras denunciar el peligro de “genocidio cultural”, que se cierne sobre el Tibet. Evitarlo es tarea de todos, sobre todo de los dirigentes chinos, de las organizaciones internacionales y de las religiones.

Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, de la Universidad Carlos III de Madrid, y autor de Fundamentalismos y diálogo entre religiones (Trotta, Madrid)