Conviene colmar de ideales puros aquello por lo que apostamos. Caduca lo que no se renueva y eleva, por eso Europa atraviesa tan delicados momentos.¿Cómo hacer para que un ideal como Europa vuelva a hacer vibrar los corazones?
Erraremos si echamos la culpa a los políticos. Si la ciudadanía no lanza su mirada más alto, tampoco lo hará la clase mandataria. La crisis económica ha venido a graduarnos, a cuestionar nuestra fe en la unión y nuestros principios. El temor quiere hacernos retroceder. El previsible aumento de la abstención, así como el ascenso de los partidos euroescépticos y de extrema derecha, pueden certificar ese descenso en nuestra escala común de valores.
Dicen que Europa se desinfla, que la ilusión se ha perdido. Será preciso asociar Europa a nobles ideales como los de solidaridad y de defensa de la Tierra, para evitar que progrese la apatía. El euroescepticismo no se curará hasta no superar la extendida lógica del interés particular y reinventar la magia del sueño colectivo. Faltan sueños verdaderos, no hipnotizados por el narcótico del materialismo y el consumo.
Europa no es el pastel que se reparten los partidos políticos, sino la meta de muchas generaciones, de muchos hombres y mujeres que ahítos de dolor y guerra, suspiraron por un viejo continente unido. Ninguna persona conocedora de la historia, sabedora del horror de los grandes conflictos bélicos que nos han sacudido, se permitirá menospreciar los más de cinco mil kilómetros cuadrados de paz alcanzados.
La Europa que de la nada redactó constituciones y derechos humanos, sigue siendo una apuesta que merece la pena. Es el espacio del mundo donde más han cedido las naciones en aras de la unidad, donde el sufragio universal tiene más arraigo… Europa ayer colonizó con armas, pero hoy se camina con víveres y bandera blanca por las geografías más urgidas. Ayer era un tremendo e inmisericorde campo de batalla, escenario de terribles guerras y hoy es un destino común. Entre batalla y batalla, hizo arte, cultura y civilización. No deseamos volver a las fronteras, descaminar la historia. Hay demasiada sangre vertida para que ahora, una crisis generada por un capitalismo salvaje, nos aleje del ideal de la unidad en la diversidad alcanzado.
No nos está permitido caer en frívolas tentaciones de euroescepticismo. No podemos gastar estos caros lujos. No renunciaremos a ese enorme campo de 27 naciones unidas. No es la Europa de nuestros sueños, pero es la que tenemos y a partir de ella es posible construir otro modelo. En las horas más bajas del viejo continente, es preciso apostar por él. La fuerza de la fe en esta Unión está llamada a aflorar en los momentos de crisis. Modelemos Europa a imagen de nuestros sueños, mas no nos olvidemos de ella.
El 7 de Junio no es un día de quedarse en casa, pero las formaciones que apuestan por el cierre de puertas y bolsillos, que sólo conciben la Unión en clave de lonja o de bazar, no obtendrán nuestro aspa. La cruz en su casilla la merecen quienes sostienen la mirada alta, quienes apuestan por la acogida, la protección de los más débiles, el progreso sostenible, la naturaleza respetada y reverdecida...
No nos ganará la apatía el 7 de Junio. Creer en Europa es honrar la memoria de cuantos dieron su vida en batallas sin fin, durante toda esa larga ficción en la que creímos estar separados; es responder a la expectativa de otros pueblos y otras naciones del mundo, que están gestando ámbitos de más estrecha colaboración política y económica, basándose fundamentalmente en el referente europeo.
Apostemos por Europa, pero por la Europa generosa, con latido, con ideales, con sueños…, la Europa de las gentes y los movimientos emancipadores, no la Europa de los partidos que constantemente lidian y fragmentan, no la de la primacía del mercado, no la timorata, no la de la amnesia, la de las mil y un verjas y candados.
Apostemos por una Europa que incentive agricultura ecológica, ciudades amables, servicios lógicos, energías renovables, industria no contaminante… Apostemos por una Europa que no se mira a su ombligo, que se acerca al Sur y que, en la medida que puede, abre sus puertas; que abraza al hermano de color que alcanza sin aliento sus playas, que le acoge mientras quedan víveres en la despensa…
Apostemos por una Europa partícipe y activa, en la vanguardia de la resolución de los grandes problemas planetarios, en la lucha contra la pobreza, contra la injusticia, contra el cambio climático…, siempre por el reforzamiento del papel de las Naciones Unidas en la escena internacional.
Apostemos por una Europa dispuesta a hacer valer con todos los medios a su alcance los derechos humanos allí donde estén amenazados, a apostar por la resolución pacífica de los conflictos en cualquier parte del mundo, allí donde los hombres quitan ya el seguro de sus armas.
Apostemos por una Europa no rendida ante el rugir del motor, sino ante el silencioso pedaleo de las bicicletas, una Europa que no idolatre cilindradas, donde la conciencia y la responsabilidad por la vida cobre más sentido que el consumismo desaforado. Una Europa de cielos y campos libres donde los animales no son abatidos por deporte, donde se abran las puertas de las crueles granjas de animales, donde una valiente y ejemplar ministra de Medio Ambiente no sea arrinconada cuando los cazadores toman las avenidas…
Apostemos por la vieja y la nueva Europa, la que a fuerza de dolores trazó un destino alto. Apostemos por la Europa que baja al mercado, pero no se instala en el mercado, que progresa en tecnología y ciencia limpias, pero también en conciencia y desde ese conciencia y cultura ilumina el mundo.
Apostemos por la Europa inquieta, verde, abierta, solidaria… Aún hoy puede marcar nuevos hitos en el futuro de la humanidad. Nunca es tarde para reinventar los sueños.
Erraremos si echamos la culpa a los políticos. Si la ciudadanía no lanza su mirada más alto, tampoco lo hará la clase mandataria. La crisis económica ha venido a graduarnos, a cuestionar nuestra fe en la unión y nuestros principios. El temor quiere hacernos retroceder. El previsible aumento de la abstención, así como el ascenso de los partidos euroescépticos y de extrema derecha, pueden certificar ese descenso en nuestra escala común de valores.
Dicen que Europa se desinfla, que la ilusión se ha perdido. Será preciso asociar Europa a nobles ideales como los de solidaridad y de defensa de la Tierra, para evitar que progrese la apatía. El euroescepticismo no se curará hasta no superar la extendida lógica del interés particular y reinventar la magia del sueño colectivo. Faltan sueños verdaderos, no hipnotizados por el narcótico del materialismo y el consumo.
Europa no es el pastel que se reparten los partidos políticos, sino la meta de muchas generaciones, de muchos hombres y mujeres que ahítos de dolor y guerra, suspiraron por un viejo continente unido. Ninguna persona conocedora de la historia, sabedora del horror de los grandes conflictos bélicos que nos han sacudido, se permitirá menospreciar los más de cinco mil kilómetros cuadrados de paz alcanzados.
La Europa que de la nada redactó constituciones y derechos humanos, sigue siendo una apuesta que merece la pena. Es el espacio del mundo donde más han cedido las naciones en aras de la unidad, donde el sufragio universal tiene más arraigo… Europa ayer colonizó con armas, pero hoy se camina con víveres y bandera blanca por las geografías más urgidas. Ayer era un tremendo e inmisericorde campo de batalla, escenario de terribles guerras y hoy es un destino común. Entre batalla y batalla, hizo arte, cultura y civilización. No deseamos volver a las fronteras, descaminar la historia. Hay demasiada sangre vertida para que ahora, una crisis generada por un capitalismo salvaje, nos aleje del ideal de la unidad en la diversidad alcanzado.
No nos está permitido caer en frívolas tentaciones de euroescepticismo. No podemos gastar estos caros lujos. No renunciaremos a ese enorme campo de 27 naciones unidas. No es la Europa de nuestros sueños, pero es la que tenemos y a partir de ella es posible construir otro modelo. En las horas más bajas del viejo continente, es preciso apostar por él. La fuerza de la fe en esta Unión está llamada a aflorar en los momentos de crisis. Modelemos Europa a imagen de nuestros sueños, mas no nos olvidemos de ella.
El 7 de Junio no es un día de quedarse en casa, pero las formaciones que apuestan por el cierre de puertas y bolsillos, que sólo conciben la Unión en clave de lonja o de bazar, no obtendrán nuestro aspa. La cruz en su casilla la merecen quienes sostienen la mirada alta, quienes apuestan por la acogida, la protección de los más débiles, el progreso sostenible, la naturaleza respetada y reverdecida...
No nos ganará la apatía el 7 de Junio. Creer en Europa es honrar la memoria de cuantos dieron su vida en batallas sin fin, durante toda esa larga ficción en la que creímos estar separados; es responder a la expectativa de otros pueblos y otras naciones del mundo, que están gestando ámbitos de más estrecha colaboración política y económica, basándose fundamentalmente en el referente europeo.
Apostemos por Europa, pero por la Europa generosa, con latido, con ideales, con sueños…, la Europa de las gentes y los movimientos emancipadores, no la Europa de los partidos que constantemente lidian y fragmentan, no la de la primacía del mercado, no la timorata, no la de la amnesia, la de las mil y un verjas y candados.
Apostemos por una Europa que incentive agricultura ecológica, ciudades amables, servicios lógicos, energías renovables, industria no contaminante… Apostemos por una Europa que no se mira a su ombligo, que se acerca al Sur y que, en la medida que puede, abre sus puertas; que abraza al hermano de color que alcanza sin aliento sus playas, que le acoge mientras quedan víveres en la despensa…
Apostemos por una Europa partícipe y activa, en la vanguardia de la resolución de los grandes problemas planetarios, en la lucha contra la pobreza, contra la injusticia, contra el cambio climático…, siempre por el reforzamiento del papel de las Naciones Unidas en la escena internacional.
Apostemos por una Europa dispuesta a hacer valer con todos los medios a su alcance los derechos humanos allí donde estén amenazados, a apostar por la resolución pacífica de los conflictos en cualquier parte del mundo, allí donde los hombres quitan ya el seguro de sus armas.
Apostemos por una Europa no rendida ante el rugir del motor, sino ante el silencioso pedaleo de las bicicletas, una Europa que no idolatre cilindradas, donde la conciencia y la responsabilidad por la vida cobre más sentido que el consumismo desaforado. Una Europa de cielos y campos libres donde los animales no son abatidos por deporte, donde se abran las puertas de las crueles granjas de animales, donde una valiente y ejemplar ministra de Medio Ambiente no sea arrinconada cuando los cazadores toman las avenidas…
Apostemos por la vieja y la nueva Europa, la que a fuerza de dolores trazó un destino alto. Apostemos por la Europa que baja al mercado, pero no se instala en el mercado, que progresa en tecnología y ciencia limpias, pero también en conciencia y desde ese conciencia y cultura ilumina el mundo.
Apostemos por la Europa inquieta, verde, abierta, solidaria… Aún hoy puede marcar nuevos hitos en el futuro de la humanidad. Nunca es tarde para reinventar los sueños.