Tal vez contribuyen a ello la crisis o los acontecimientos deportivos de los últimos días, pero es notorio que, situados en el ecuador de la campaña de las europeas, cuesta introducir una consideración sobre esta contienda en una conversación con alguien que no se dedique a la política. Pocas veces había tenido la sensación tan clara de que la gente le ha dado la espalda a una convocatoria electoral. Basta con repasar las portadas de los periódicos o el seguimiento popular de actos y debates. Cabe confiar en que esta situación dé un giro en los próximos días. Debería ayudar la incertidumbre del resultado, porque las encuestas dan opciones de ganar tanto a los socialistas como al PP, y las otras formaciones tienen que asegurarse su representación en el Europarlamento.
Las culpas de este desinterés por el 7-J están repartidas. Algunas tienen que buscarse en Bruselas. Es cierto que las instituciones europeas han acreditado ser la mejor garantía de paz en el continente, que hay una justificada convicción general de que han sido determinantes en el progreso económico y social de las últimas décadas y que son un instrumento básico para resistir el impacto de la crisis y superarla. Estos argumentos, que no son menores, consolidan la valoración positiva de la UE, pero no contagian entusiasmo. La UE transmite seguridad y confianza, pero sus principales dirigentes no demuestran la capacidad de ilusionar de Obama. Y parece que constantemente Europa pierde oportunidades para transmitir un compromiso que genere adhesión. Todo parece demasiado previsible, demasiado calculado, demasiado controlado. Lo acabamos de vivir reaccionando tarde y con poca firmeza ante el juicio promovido por la dictadura militar birmana contra la premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi o los ensayos militares de Corea del Norte.
Ya podemos recordar el tratado de la Unión cuando afirma que se inspira "en la herencia cultural, religiosa y humanista de Europa, a partir de la cual se han desarrollado los valores universales de los derechos inviolables e inalienables de la persona, así como también la libertad, la democracia, la igualdad y el Estado de derecho" si después no se actúa en consecuencia no solo internamente, sino proyectando con nitidez al mundo un mensaje coherente. Cabe añadir que el discurso de algunos de los principales dirigentes europeos, como Berlusconi, es percibido con inquietud, y que los candidatos que encabezan las listas del 7-J no son los más carismáticos. En estas elecciones nos jugamos mucho. De entrada, que nuestras preocupaciones formen parte de la agenda de las instituciones europeas. Y no nos puede dejar indiferente la opción ideológica que acabe dominando en el Parlamento Europeo. Es preciso estar ahí y hacerlo con voz propia.
Las culpas de este desinterés por el 7-J están repartidas. Algunas tienen que buscarse en Bruselas. Es cierto que las instituciones europeas han acreditado ser la mejor garantía de paz en el continente, que hay una justificada convicción general de que han sido determinantes en el progreso económico y social de las últimas décadas y que son un instrumento básico para resistir el impacto de la crisis y superarla. Estos argumentos, que no son menores, consolidan la valoración positiva de la UE, pero no contagian entusiasmo. La UE transmite seguridad y confianza, pero sus principales dirigentes no demuestran la capacidad de ilusionar de Obama. Y parece que constantemente Europa pierde oportunidades para transmitir un compromiso que genere adhesión. Todo parece demasiado previsible, demasiado calculado, demasiado controlado. Lo acabamos de vivir reaccionando tarde y con poca firmeza ante el juicio promovido por la dictadura militar birmana contra la premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi o los ensayos militares de Corea del Norte.
Ya podemos recordar el tratado de la Unión cuando afirma que se inspira "en la herencia cultural, religiosa y humanista de Europa, a partir de la cual se han desarrollado los valores universales de los derechos inviolables e inalienables de la persona, así como también la libertad, la democracia, la igualdad y el Estado de derecho" si después no se actúa en consecuencia no solo internamente, sino proyectando con nitidez al mundo un mensaje coherente. Cabe añadir que el discurso de algunos de los principales dirigentes europeos, como Berlusconi, es percibido con inquietud, y que los candidatos que encabezan las listas del 7-J no son los más carismáticos. En estas elecciones nos jugamos mucho. De entrada, que nuestras preocupaciones formen parte de la agenda de las instituciones europeas. Y no nos puede dejar indiferente la opción ideológica que acabe dominando en el Parlamento Europeo. Es preciso estar ahí y hacerlo con voz propia.