La desesperadamente necesitada ayuda humanitaria está paralizada en los hangares de los aeropuertos, simplemente a la espera de que se pueda entregar a los birmanos devastados por la tormenta y que de hecho han sido abandonados por sus "líderes" políticos, esos generales al mando que están más preocupados por retener su poder sobre los ciudadanos que en salvar sus vidas.
Sea porque el régimen desconfía del mundo o porque siente una total indiferencia por el bienestar de sus ciudadanos, la Junta ha reducido las entregas internacionales de ayuda a un goteo que indudablemente costará la vida a un indecible número de birmanos. Como reacción, hay un creciente llamamiento –específicamente de cargos en Francia, Gran Bretaña y Alemania– para invocar la "responsabilidad de proteger" (R2P) de la ONU, una doctrina adoptada por las naciones del mundo en 2005 durante una cumbre mundial de la ONU.
La doctrina R2P permite que la comunidad internacional, actuando a través de la ONU, tome medidas colectivas contra las naciones que "manifiestamente no pueden proteger a sus poblaciones contra el genocidio, los crímenes de guerra, la limpieza étnica y los crímenes contra la humanidad". La privación sistemática de la Junta para que su gente reciba una ayuda que marca la diferencia entre la vida y la muerte puede equivaler a "crímenes contra la humanidad" en su sentido más amplio, según la argumentación de esta doctrina. Si es así, entonces a la comunidad internacional se le permitiría intervenir en Birmania –a la fuerza si fuera necesario– para entregar la muy necesitada ayuda humanitaria sin el consentimiento de la Junta.
Sin embargo, esos bienintencionados cargos europeos deben saber que la doctrina R2P no puede salvar al pueblo birmano. China domina a Birmania y no permitirá interferencias en el statu quo del país. La doctrina R2P requiere de la cooperación del Consejo de Seguridad de la ONU y China (con derecho a veto como miembro permanente del Consejo) ya ha rechazado de plano esa idea. Los límites de la doctrina R2P han quedado al descubierto a las primeras de cambio en cuanto se ha intentado su aplicación. Usar la fuerza militar para entregar ayuda humanitaria al pueblo birmano –cuyo uso en realidad es contemplado por la doctrina R2P– es una decisión muy peligrosa. Desembarcar marines en playas birmanas o lanzar la ayuda desde el aire probablemente no es la forma más eficaz de dar asistencia a los cientos de miles de víctimas de la tormenta desperdigadas a lo largo de cientos de kilómetros de costa.
Algo aún más importante a tener en cuenta es que una intervención probablemente desencadenaría una guerra de tiroteos con militares birmanos; sería insólito que se quedaran de brazos cruzados mientras fuerzas extranjeras "invaden" su territorio. Cualquier escalada militar resultante podría salirse fuera de control si los chinos apoyaran a la Junta que ya recibe la mayoría de sus armas y munición de China. Si la intervención hiciera caer a la Junta, la inestabilidad y el posible caos en el que probablemente degeneraría la situación sería culpa de los benévolos intermediadores.
La tragedia en Birmania era algo tristemente predecible. La mayor parte de la comunidad internacional (representada por la ONU) ha hecho caso omiso del sufrimiento del pueblo birmano durante décadas. La represión y la violencia infligidas por la Junta sobre sus propios ciudadanos –incluyendo a los monjes budistas que protagonizan protestas no violentas– han sido habitualmente desestimadas por muchas naciones (incluyendo a China y a Rusia) como los "asuntos internos" de Birmania y por tanto inmunes al escrutinio. A la ONU no debería sorprenderle que el régimen aislado y paranoico de Birmania despreciara ahora la ayuda humanitaria de la comunidad internacional.
Los Estados miembros de las Naciones Unidas sólo necesitarían leer la Carta de la ONU para recordar que quizás la única solución a largo plazo para esta catástrofe es la expansión de la libertad y el establecimiento de un gobierno representativo en Birmania. Los países libres golpeados por desastres naturales raramente, por no decir nunca, rechazan la ayuda humanitaria libremente ofrecida por otras naciones.
Con todo, el mundo se enfrenta a una clase distinta de régimen en Birmania y la solución a la crisis sigue siendo difícil de conseguir. Mucho de que ocurra finalmente en Birmania dependerá de si China o las naciones de la organización económica regional conocida como ASEAN son capaces de presionar a la junta para que abra las puertas al libre flujo de provisiones humanitarias. Salvo eso, el mundo puede verse forzado a contemplar como el pueblo birmano sufre y muere debido a no sólo a la intransigencia de la Junta sino también a la crónica negligencia del resto del mundo.
Naciones Unidas debería apoyar la libertad en Birmania con el mismo fervor con el que algunos funcionarios piden ahora la intervención. Quizá de esa manera se puedan evitar futuras catástrofes.
©2008 The Heritage Foundation
* Traducido por Miryam Lindberg
Steven Groves está a cargo del Proyecto Libertad (Freedom Project) en el Centro Margaret Thatcher por la Libertad de la Fundación Heritage.