Ordenadas filas de tiendas impolutas aguardan a los expatriados, que podrán visitar la zona más afectada por el ciclón tras el acuerdo alcanzado el pasado viernes entre el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, y el máximo líder birmano, general Than Shwe, en la fortaleza del régimen, en Naypidaw.
Un millón de birmanos han recibido la asistencia internacional, más de tres semanas después de que el ciclón 'Nargis' dejara 2,4 millones de víctimas, según ha afirmado Naciones Unidas.
En los campos situados a lo largo de la carretera que atraviesa la región era visible el bullicio de funcionarios gubernamentales y soldados trasladando de forma apresurada enseres, sacos de comida y otro material de emergencia, para que los recintos ofrezcan el mejor aspecto posible.
Uno de los guardas confirmó que esta semana tendrán la visita de varios extranjeros, aunque hasta el momento sólo UNICEF ha obtenido autorización por escrito para mandar a seis expertos -cinco asiáticos y un occidental- a Labutta, población situada en la otra punta del delta.
Tan ocupados estaban los militares y policías que prestaron menos atención de la habitual a sus puestos de control en la zona, donde oficialmente todavía está prohibido el paso a cualquier forastero, observó Efe en la localidad de Kuyangon, cien kilómetros al sureste de Yangon.
En el exterior del campo, coronado por una enorme bandera nacional, reina el caos propio de un área devastada hace tres semanas por el ciclón.
El camino está plagado de largas hileras de automóviles y camiones particulares aparcados, que al colapsar ambos de la vía generaban un descomunal atasco mientras esperaban pacientemente que los soldados les dieran el visto bueno para llevar agua y víveres para los damnificados.
Todo controlado por la Junta
Dentro de su obsesión por controlar el flujo de la ayuda, la Junta Militar ha prohibido el envío no autorizado de donaciones al delta, incluso por los propios birmanos.
Varias organizaciones internacionales han mostrado su pesar por la forma en que las autoridades han organizado los viajes a las áreas devastadas de sus representantes.
Todos se limitaron a sobrevolar a gran altura y en helicóptero arrozales arrasados y aldeas inundadas, y ya sobre el terreno, los generales les tenían preparados instalaciones limpias, espaciosas y familias de desplazados sonrientes y posando para ellos, como si de una "función de circo" se tratara.
Ésa fue la impresión que se llevaron Ban Ki-moon y otros altos funcionarios que viajaron al delta, según fuentes diplomáticas.
"Nos enseñan lo que quieren que veamos, y no lo que necesitamos ver, espero que ahora puedan ser más flexibles", indicó Hanke Veit, directora de la Oficina de Ayuda de la Comisión Europea (ECHO) en la antigua capital birmana.
El régimen quiere dar la impresión inequívoca de que la forma en que están gestionando la situación es la mejor y es reacio a que elementos externos sospechen que la magnitud de la tragedia les ha superado, aunque ello implique arriesgar más vidas humanas.
A las afueras de Rangún, uno de los campos de refugiados ha sido desalojado en parte para que sólo una familia ocupe cada tienda si viene a visitarlo Naciones Unidas, y los descartados malviven en los arrozales cubriéndose con plásticos, señaló el abad de un monasterio cercano.
Sin embargo, las agencias de ayuda que operan desde hace años en el país se quejan menos, pues ya conocen de sobra cómo trabajar con las autoridades locales.
"Tienen su forma de proceder, llevan muchos años haciéndolo a su manera, nos guste o no, y si quieres ayudar a esta gente, hay que acatar las normas", afirmó el jefe de la representación de UNICEF, Ramesh Shrestha.
Una de estas reglas suele ser no conceder entrevistas a medios de comunicación occidentales en Birmania, especialmente si se muestran críticos con el Gobierno, pues ello puede poner en serio peligro la permanencia de su misión en el país, explicaron fuentes de la Cruz Roja de Myanmar y Acción Contra el Hambre.
Tras la conferencia de donantes celebrada ayer en Yangon, los gobiernos occidentales confían en que la mediación de los países asiáticos logre que la Junta Militar cumpla su promesa de poner menos trabas a la distribución de la ayuda a las víctimas del ciclón, que ha dejado al menos 134.000 muertos o desaparecidos, y unos dos millones y medio de afectados.