jueves, 29 de mayo de 2008

¿SOBREVIVIRÁ LA JUNTA BIRMANA AL CICLÓN?

¿Derribará a la Junta Militar birmana el ciclón que ha azotado al país? La espantosa gestión del desastre humano por parte del régimen sumada a la crisis alimentaria mundial podrían desatar una nueva oleada de protestas. Si al final esta catástrofe no trae las ansiadas libertades, quizá las siembre.


Myanmar (antigua Birmania) ha sido arrasada por la conjunción de dos ciclones mortíferos: el ciclón Nargis y la Junta Militar. El régimen de los generales no preparó el país para el desastre a pesar de haber sido advertido por India 48 horas antes, no hizo nada por rescatar a las víctimas tras la tormenta y está permitiendo con cuentagotas que la ayuda internacional acuda a salvar a sus ciudadanos. Tras casi 50 años de aislamiento y dictadura, muchos birmanos otorgan la misma naturaleza a ambas plagas, que consideran imponderables fuerzas contra las que es casi imposible oponerse y ante las que lo único que puede hacerse es refugiarse, ponerse a salvo.


Frente a esta percepción extendida entre las masas campesinas, la resistencia y los movimientos que exigen el cambio cuentan con importantes organizaciones en el exilio, con la ayuda de Estados Unidos y varios países europeos y con el apoyo de los monjes budistas, la única organización que, dentro de Myanmar, tiene una capacidad organizativa suficiente como para articular las protestas. Ellos intentarán (ya lo están haciendo) canalizar las iras del pueblo contra los generales, que presumiblemente saldrán debilitados de la catástrofe. Enfrente tienen uno de los aparatos represivos más contundentes del mundo, respaldado por la diplomacia china y los intereses económicos indios.

La oposición en el exilio está haciendo lo posible por resurgir la causa birmana, muy tocada desde septiembre a escala interna, pero que está ya tan de moda en algunos circuitos internacionales como Tíbet. ¿Conseguirán dar un último empujón al movimiento democrático que fue acallado a punta de fusil en septiembre? Los analistas se dividen entre quienes piensan que el ciclón ha acabado con la poca legitimidad popular que les quedaba a los generales y entre los que opinan que, por el contrario, lo único que preocupa a la Junta es tener contentos a sus militares y soldados. "La opinión pública no les importa y nunca les ha importado. No controlan el país con la opinión pública, sino con el Ejército", explicó Win Min, experto en asuntos birmanos de la Universidad de Chang Mai (en el norte de Tailandia).

Aunque la destrucción y la censura han dificultado el flujo de información desde Myanmar, las noticias de pequeñas manifestaciones en las grandes ciudades, especialmente en Rangún, han sido frecuentes. Las protestas son siempre breves. Para evitar la represión, los manifestantes, suelen ser dirigidos por monjes budistas, se congregan, lanzan proclamas contra el Gobierno durante cinco minutos y se pierden por los callejones antes de que lleguen los soldados. El miedo de los birmanos ante sus gobernantes es tan intenso que nadie revela su verdadero nombre cuando habla con un extranjero (mucho menos por teléfono). Incluso cuando se quejan por la destrucción del ciclón, contando los dramas humanos que frecuentemente implican la vida de seres queridos, prefieren hacerlo desde el anonimato. Saben que el mero hecho de hablar con alguien de fuera del país puede ser motivo de arresto.

La presencia de extranjeros es uno de los principales miedos de la Junta Militar. Según los análisis más cautos la devastación del Nargis quizá no traiga libertades al país, pero puede sembrarlas. Pese a actuar con suma cautela y racionar los visados, los generales están permitiendo que algunos elegidos entre ONG y organismos internacionales crucen la frontera. Es la primera vez en casi 50 años que Myanmar recibe del exterior algo más que turistas en busca de paisajes exóticos. ¿Será suficiente?

Nadie lo sabe. Todavía es pronto para evaluar el saldo político de la tragedia. "Nadie puede predecir lo que va a pasar. Por una parte tenemos un Ejército muy, muy fuerte que mantiene el país bajo un férreo control. La gente les tiene mucho, mucho miedo, está realmente asustada. Pero, por otro lado, tenemos unas protestas duramente reprimidas hace unos meses, más una crisis económica y un incremento del precio de los alimentos, en parte por lo que está sucediendo en toda Asia, pero también por la gestión en el propio país. Y además, está el referéndum [para cambiar la Constitución], y ahora, el ciclón. Toda una serie de elementos de inestabilidad, tal vez demasiados", explica David Scott Mathieson, representante de la organización Human Rights Watch para Birmania.







Las oleadas de protestas quizá no arranquen como manifestaciones politizadas, sino más bien azuzadas por estómagos vacíos






Lo que el Nargis sí ha conseguido torcer es la voluntad de la Junta en una de sus principales apuestas políticas de los últimos años: el referéndum popular para cambiar la Constitución y otorgarle un maquillaje democrático al régimen (que la oposición pide boicotear al considerarlo un burdo intento de legitimarse ante la opinión pública exterior). Aunque los militares anunciaron que se celebraría a pesar del ciclón, al final han aceptado a medias que un país en el que millones de personas se han quedado sin acceso a agua potable y alimentos tiene urgencias más importantes que escenificar una farsa electoral. Mientras se escribía este artículo se barajaba la hipótesis de postergar el voto hasta el 24 de mayo en las zonas más afectadas, pero mantener las votaciones para el 10 en el resto del país. Estas prisas evidencian que, como sospechan la oposición y todos los observadores que han estado en el país, la Junta teme no poder amañar las elecciones en medio del caos del ciclón y que la gente se niegue a ir a votar.

Dos últimas cuestiones planean sobre el drama. La primera es cómo afrontará la Junta Militar la resaca del desastre. Con la producción de arroz destruida en un 65% (según fuentes de la FAO) y los precios de las grandes ciudades triplicados en cuestión de días, se avecinan tiempos difíciles para Birmania y los análisis más aventurados anuncian oleadas de protestas, que quizá no arranquen como manifestaciones politizadas, sino más bien azuzadas por estómagos vacíos. La segunda cuestión está directamente relacionada con el dinero que Myanmar recibirá del exterior para afrontar la crisis.

Cientos de países y organizaciones han anunciado donaciones de varios millones de dólares. Algunos, como Estados Unidos, las han condicionado a la transparencia, a saber y controlar cómo se va a utilizar el dinero. El miedo es que si cae en manos de los generales, las ayudas en efectivo podrían servir para fortalecer la maquinaria represiva y para hacer frente a las protestas en un momento especialmente delicado.