"Muerte por todas partes" (I)
- • Concha Pinós entró de forma ilegal en el delta, donde, asegura, "los cadáveres impiden que las barcas se acerquen a la costa
- La población del delta del Rangún vivía ayer al margen del referendo organizado por el Gobierno birmano. Foto: AFP / LISANDRU
Transcripción: JORDI CORACHÁN
Anochece cuando por fin cruzo a Birmania. Ya estoy en algún punto de la selva de Sagaing. Aquí viven los temidos nagas, más conocidos como los cazadores de cabezas. Son nuestros aliados. Sin ellos no hubiera podido entrar en el país.
Entro en Birmania el día 9 de mayo tras enviar el último correo a mis compañeros de Birmania por la Paz, en Barcelona. Cruzo la frontera después de seis angustiosos días de espera en la localidad india de Imphal. Organicé este viaje con la resistencia birmana para verificar la celebración del referendo sobre reformas constitucionales, pero la tragedia del ciclón del día 3 lo cambió todo. Ahora, el objetivo es lograr información de primera mano sobre la magnitud del ciclón y estudiar cómo hacer llegar la ayuda internacional.
Por fin llegan el guía y las dos mujeres de la resistencia, una de ellas de primer nivel. Gracias a ella pasamos sin problemas los controles de los nagas, en ríos y pasos de montaña. Estamos en una zona liberada, donde el Ejército no se atreve a entrar. Caminamos hasta el monasterio de Pakoku, donde dormimos.
Día 10 de mayo
EN EL AUTOBÚS HACIA RANGÚN
Mientras Birmania se dispone a votar, nosotros recorremos el país en un autobús público. Es un viejo cacharro con asientos para una cuarentena de personas. El resto, otros tantos, viajamos sentados en el pasillo. Nosotros vamos en la parte trasera y aparentamos ser una familia. El guía figura que es mi esposo, y las dos chicas, mis hermanas. Dormimos de rodillas, pegados, pero sin pronunciar palabra. Es probable que entre los viajeros haya algún miembro de la temible USDA --brazo civil de la Junta--.
Cuando no duermo, pienso en la pobre gente --más de dos millones-- que se vio sorprendida por el ciclón porque nadie les avisó, pese a que la India alertó a la Junta. Un amigo de la embajada de EEUU en Bangkok ha recorrido en barca el delta y me ha dicho: "Concha, hay tantos cadáveres que no podíamos acercarnos a la costa".
Como almendras y galletas energéticas para matar el hambre. El autocar pincha una rueda, sin mayor trascendencia, y continuamos el viaje en silencio. Yo sigo imbuida en mis pensamientos. Pienso en el mensaje de Aung San Suu Kyi --premio Nobel arrestada desde hace 13 años-- que me han hecho llegar: "Es necesario despolitizar la ayuda, que debe llegar a los damnificados bajo la supervisión de la comunidad internacional". Pienso que Suu Kyi es un mito para muchos políticos occidentales. Todos la admiran, pero nadie la escucha, reflexiono mientras el autobús se tambalea, poco después de cruzar Pyinmana.
Caen algunos equipajes y nosotros aprovechamos para colocarlos en su sitio, con lo que así ganamos confianza entre los pasajeros. Una mujer comenta que va a ver a una hermana, que vive en el delta, y que no le cogen el teléfono. Un hombre le contesta que lo mismo le sucede a él.
Todo son conjeturas. Nadie en el autobús sabe que han muerto unas 150.000 personas. La Junta habla de unos pocos miles de muertos, pero la gente no es tonta y teme lo peor. Se nota en el tono y en la mirada, pese a que nadie critica a los militares.